lunes, 19 de marzo de 2012

C001-04


El ala de rehabilitación estaba extrañamente tranquila. Las enfermeras comentaban de política, de cambios de personal, de ajustes salariales y jubilaciones, todas ellas felices por un aumento de sueldo y una nueva administración en todos los niveles. Todas ellas muy felices, tan felices, que no hacían su trabajo.

Fernando tendido en su cama sin la menor posibilidad de ir a ningún lado, se transportaba como un ave en los rayos del sol que entraban por la ventana, cálidos y abrasadores, creía sentirlos en cada filamento de su cuerpo, ese sol mañanero que podía sentir en su cara lo hacía olvidar lo que no podía sentir. Era una sensación casi perfecta para ser interrumpida, hasta que, como siempre, una enfermera poco educada con un chicle en la boca le dice:
-"Mira mijito, tu enfermera se jubiló ayer. A la tarde viene el remplazo de ella a limpiarte ¿ok?, pero ahorita no, más tarde como en la noche”.
Fernando se siente ahora con sus alas cortadas, cercenadas desde su nacimiento y anclado al piso por cadenas y grilletes que cada vez se hacen más y más pesadas. Tener su propios desperdicios escondidos bajo las sábanas, pudriéndose hace ya dos días no era del agrado de nadie, la putrefacción se escapaba para recordarle que esa prisión era de por vida, pero que iba a hacer, era otro pobre diablo discapacitado tirado en la cama de un hospital público.
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La rutina del trabajo en la embajada había sido rota por la nueva administración del país, ahora, se decía revolucionaria y socialista, así que aquellos que habían sido llevados a puestos importantes del gobierno estaban en la mira.

Eduardo siempre fue una persona de izquierda y pese a haber sido designado embajador por los conservadores, seguía firme en su convicción de que el verdadero poder se encuentra en la gente, en todos los ciudadanos del mundo y no en sus dueños. Día a día veía ir y venir nuevos proyectos de cooperación entre los dos países. Argentina y Venezuela estaban ahora más ligadas que nunca, naciones hermanas y de necesidades complementarias, alimentos y medicinas a cambio del siempre maldito oro negro. Pero la verdad era algo diferente a eso y los negocios extraños entre empresas internacionales estaban ahora pasando directamente por la embajada. Eduardo no podía hacer nada, todos sus principios estaban sujetos a las necesidades financieras de terceros. Había dejado de trabajar para el pueblo y eso no lo dejaba conciliar el sueño. Tanta carga le hacía pedazos el alma, el llanto por los desconocidos, por todos aquellos que el sabía que pasaban hambre en su patria. Eduardo toma el teléfono del escritorio de su despacho.

-"Hola Meli, ¿qué tal todo por allá? ¿Me estás cuidando la casa? ¿Estás regando las plantas? ¿Estás comiendo bien?" - le pregunta Eduardo a su única y hermana menor.
-"¡¡¡Edu!!! todo bien, ando en casa ahora cocinando algo, justo me agarraste con el delantal puesto, está Pedrito acá, vamos a hacer un asadito y ver el fútbol, juega Colón y Unión hoy, va a estar re bueno"- le responde Melisa muy contenta, con sus guantes de latex llenos de sangre, el teléfono entre su hombro y la oreja y una sonrisa que hacía brillar todo aquel oscuro sótano.
-"Mádale saludos, che, tenés ganas venirte unas semanitas para acá, me hace falta algo de compañía en estos días, ando algo nostálgico"- Eduaro le cuenta a su hermana, la cual miraba con una sonrisa macabra a Pedro quien tenía también, guantes de latex llenos de sangre, un bisturí, lentes con aumento y un pobre gato drogado con medio cerebro colgando y esa sonrisa que siempre caracterizó a Melisa y a Pedro.
La llamada continúa por varios temas pero ninguno que pudiese ser hablado por el teléfono de un embajador, esos, siempre están intervenidos, de aquí para allá se mueve el bisturí de Pedro mientras Melisa habla con su hermano adorado.
La llamada termina en varios minutos más, Melisa mira a Pedro, el levanta la mirada del cerebro del gato y ella dice:
-"Che, ¿te parece si nos vamos a Venezuela unas semanitas, algo de mar Caribe nos haría bien, no?

viernes, 16 de marzo de 2012

C001-03


Debido a la naturaleza del experimento y a sus implicaciones morales, todo tenía que mantenerse en secreto, Pedro y Melisa mantenían vidas dobles en el día a día, el responder a sus respectivos jefes, llegar a horario a sus trabajos, pagar impuestos, comprar pan, queso, leche en la tienda, hasta que llegaba el momento de ir al secreto laboratorio que tenían en la casa de Eduardo, hermano de Melisa, hombre sumamente moralista y "de buenas costubres", cosa que le daba a muchísima gracia a su hermana, él era abogado.

La casa había sido comprada en un lindo barrio de Buenos Aires con fácil acseso al río que tanto le tranquilizaba, pero por ser el embajador argentino en Venezuela, tuvo que dejar su casa a cuidado de su mejor amigo Pedro.

Una tarde de otoño, en el laboratio sólo se escuchaba el sonido de un gotero con anestesia que colgaba de un alambre atado al techo del sótano. Esta vez, Melisa y Pedro estaban experimentado con el nervio auditivo. Habían pasado meses desde que llegaron a obtener el máximo de datos e información del nervio óptico y habían decidido ampliar la investigación al ir más allá, quería descubrir la naturaleza de los sentidos, vista, oído, olfato, tacto y gusto, el nervio óptico se les había hecho relativamente fácil luego que lograron entender por qué el galimatías de imágenes que percibían en el monitor, y era que ellos no son gatos para entender lo que ven.

El nervio auditivo presentaba nuevos retos y enigmas a resolver, pero con otro dispositivo de electrodos e infinidad de cablecillos delgadísimos se dieron a la tarea. Pedro le abría el craneo al pobre gato, otro diferente al que les había dado el cáliz del nervio óptico. A éste le habían puesto de nombre "S-032", número que correspondía al sujeto de prueba 32. Solamente después del S-30 habían tenido resultados valederos; por otro lado, Melisa instalaba este nuevo dispositivo en el computador con todos esos cablecillos puestos en una caja gris con muchas clavijas que eran después conducidas al computador por un solo cable USB. Ese "traductor" de señales biológicas le había llevado muchísimo tiempo de investigación y fabricación a la lúgubre ingeniera, la cual se babeaba con mórbida sonrisa mientras su compañero de investigaciones practicaba cortes de todo tipo con gran precisión en la cabeza del pobre gato.


Ana regresaba a su casa luego de una noche de intenso trabajo. Había llegado tarde y eso le trajo sus primeros regaños en su primer día de trabajo. Quería llorar, nada era tan rosa como ella quería y pese a que siempre la habían tratado con dulzura porque era eso lo que inspiraba, ese primer día se había convertido en un infierno. Ninguna imagen linda, nada que ella quisiera recordar nunca más; ahora le tocaba subir las escaleras del cerro. Eran las nueve de la mañana y seguía subiendo rumbo a su casa. Interminables callejones, más escaleras, caras sombrías y mujeres colgando ropa, más callejones y escaleras, casi llegando a su casa a Ana la asustan dos sujetos que tomaban aguardiente en las escaleras, cuando uno le dice algunos cumplidos obscenos y de mal gusto, el otro sujeto la agarra de un brazo diciéndole que no se vaya. Ella sentía que el mundo se estaba acabando, el rosa sencillamente no existía, estaba perdiendo cada día más la esperanza de ver algo lindo en el mundo y el momento que vivía medio difuso y sin sentido se lo recordaban.

Ana llega a su casa con algunos moretones y magulladuras y su sweater favorito medio roto en una manga, su madre la ve llegar en ese estado y le pregunta:

-"¿Qué te paso mijita!"
Ana responde de espaldas corriendo al baño -"nada mamá, es que me cai otra vez en las escaleras".
-"¿Y tu bolso?", vuelve a preguntar la madre.
-"Se me quedó en el locker"- grita Ana.
-"Qué muchacha tan torpe eres"- replica su madre con una escoba en la mano y en la otra en la cintura.

Ana se encierra en el baño y llora sin dar ninguna señal de hacerlo, se mete en la ducha y se lava bien de pies a cabeza. Un par de lágrimas corren y se mezclan con el agua de la ducha, pero ni el agua ni las lágrimas le pueden lavar lo sucedido, oculto y enterrado en las sobras de un rancho viejo y abandonado camino arriba del cerro.

martes, 13 de marzo de 2012

C001-02

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Ana salía corriendo de su casa, la tarde era tan igual a todas que le aburría el hecho de ir por primera vez a su nuevo trabajo y aunque recién graduada, el ir a trabajar e ir a clases le parecía lo mismo; una lucha interna por lo que es y lo que quería de cada día. Personas nuevas con iguales pretensiones y aspiraciones en la vida, comer, dormir, respirar, todo lo que la ciudad y sus rutinas les podía ofrecer era lo que tenían. Ella, sin embargo, tenia la esperanza de pintar nubes rosas en un cielo gris, quería cambiar al mundo inundándolo de sonrisas, por eso, con sus escasos veinticuatro años, delicado tamaño, cabellos de oro y rostro de ángel siempre inspiraba calidez en las personas a su alrededor.


Baja las infinitas escaleras del cerro en el que vive, camina varias calles, baja más escaleras y sigue caminando, las imparables manecillas del reloj le aprontan el paso. Al fin llega a la parada de autobuses la cual estaba bastante sola, pasan los minutos y a lo lejos se divisa una unidad de transporte, aprieta el puño sosteniendo su bolso fuertemente, el autobús llega frente a ella y se trata de montar cuando de la nada aparecen decenas de personas que la sofocan en una violenta lucha por subir al ya abarrotado transporte. Sudor, malos modales y cansancio suben y bajan de la unidad en el caos cotidiano de todos los días, luego de mucho forcejeo y esfuerzos inútiles para subir, Ana es rescatada por el muchacho que recogía el dinero del pasaje, el cual, siempre la había visto, día tras día, años tras año, tomar el autobús en la misma parada y a la misma hora. Ana siente que la jalan hacia adentro entre la multitud, sin saber nada ni entender nada esta adentro, como si una fuerza divina la hubiese ayudado y sin darse cuenta, esta sentada en el asiento al lado del chofer.

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El mundo siempre girando no daba señales de cambio, habían predicho el fin del mundo para el año 1939, para el 1997, el Y2K, el 2012, pero todo seguía igual, el mundo siempre tan rutinario y aburrido que a veces de un bostezo aparecían en países lejanos algún terremoto, algunos huracanes y volcanes.

Un pescador en Uruguay abre el periódico y ve un titular que dice: "Mueren 5.000 personas por inundación en China"; sigue pasando las hojas y llega a la sección de deportes. A nadie ya nada le impresionaba, la humanidad se hacia cada vez mas inhumana o humana, los cantantes prefabricados que no eran nada más que un buen trabajo de marketing inundaban la televisión.

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jueves, 1 de marzo de 2012

C001-01

Un dia como todos, Fernando mirando el techo de la habitacion, tan blanco, tan igual a siempre, inmovil y frio piensa en todo lo que pudo ser, por esas cosas de la vida que pasan una ves cada millón él quedó invalido, totalmente inmovil y sentenciado a no poder moverse más que su cabeza, un caucho defectuoso, una curva, lluvia, unas gotas de aceite en el pavimento cambiaron su vida, que si bien era bastante desaprovechada, podía aún servir para algo.
Una enfermera entra en la habitacion para limpiar su trasero, monotonamente ella se pone sus guantes y se da a la faena. Él, con el poco pudor que aún le quedaba da las gracias. Que tan fuera de lugar el agradecimiento, totalmente inutil, sordo en la habitacion, la enfermera sonríe en respuesta, un gesto vacío y mudo.
Rehabilitación, cualquier cosa que pueda significar era ridículo para él, no podia recuperar su movilidad, luego de 5 años en cama ya la esperanza de simplemente poder comer por cuenta propia  era ya inalcanzable.

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Melisa era una ingeniera graduada hacia poco pero con ideas que iban tan lejos que a veces la tachaban de loca. Obsesionada con las redes neurales y la forma como el cerebro interpreta lo que ve; se hizo a la mar con un proyecto en secreto, mucha tensión creaba entre sus colegas cuando daba una idea para algo tan sencillo como arreglar los semaforos de la calle.
- "... a ver... gatito, quedate quieto que quiero jugar con tus ojos"... dice Melisa completamente sola en aquel sotano de su casa.
Repentinamente tocan la puerta, ella sube las escaleras y esconde su bata llena de sangre gatuna detras del porta paraguas. Es Pedro, el unico ser tan cuerdo como para entenderla, él era de los pocos que podía llevar el hilo de sus ideas, y aparte con algunos conocimientos para entenderla.
-"¿quien se quedo sin mascota esta semana?"- pregunta Pedro a Melisa con tono de entusiasmo morboso.
-"jajajaja, un vecino tuyo, estaba a punto de llamarte cuando tocaste la puerta, ¡Qué arrecho!, me leíste la mente"- dime Melisa
Melisa saca la bata sucia de sangre de atras de su escondite y junto a Pedro bajan las escaleras al sotano y miran al pobre gato anestesiado y lleno de cables y ataduras. El neurocirujano se pone unos guantes de latex y una bata, mira todo el trabajo ya hecho, mira a Melisa y dice -"nunca mandes a un mecánico a hacer el trabajo de un artista"-. Ella le da un dispositivo como grande y chato, como una moneda, con miles de micro electrodos con un tosco cable. Él ve el dispositivo y cuidadosamente, lo instala entre ambos lóbulos del cerebro del pobre gato.

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La monotonia de estar siempre en aquella cama y no hacer nada mas que mirar el techo y el televisor lo hacian llorar de impotencia, si tan solo se pudiera suicidar ya lo abria hecho hace años, el dolor de los seres queridos, los llantos de su madre y su padre, las incotables horas de terapia física y mental, la incapasidad de sentir algo. Ya estaba cansado, asqueaba cuando entraban en la habitacion sus amigos y decían que todo iba a estar bien, que había que seguir adelante y esas estupideces, para el, todo era cuestión de respirar, de ser una carga, de seguir despertandose dia tras dia sin poder cepillarse los dientes y orinar parado, como antes.

Otra mañana, otra ves la misma enfermera, todo igual, todo siempre tan exacto que no se podría creer, algunas mañanas el podia ver por la ventana mientras lo limpiaban como salía el sol y oír los pajaros y los autos en la calle, siempre interrumpido por algun sonido errante en el viento o de su monitor cardíaco o de los parlantes del hospital, sonidos subitos pero esperados, predecibles, incambiables, siempre iguales.

Una mañana todo empieza a cambiar, la enfermera de siempre, aquella mujer canosa ,de medio siglo de trabajo; no entra por la puerta y pasado el tiempo de su rutinaria aseada matutina no entra nadie, sin poder ver reloj alguno, el siente como pasan las horas sin que nadie entre por la puerta, siente como el excremento que esconde bajo las sabanas se va haciendo cada vez mas fetido, el siente el olor escaparse por entre las sabanas, ya extrañaba aquella mujer a la que desprescaba tanto por tratarlo como un objeto a lo largo de 5 años, el se puso a pensar porque no venía e invento mil y una formas en las que pudo morir viniendo al trabajo.

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En la pantalla de la computadora se veían puntos parpadeantes al azar, manchones borrosos, el pobre gato estaba mas a sustado a medida que la anestecia dejaba de hacerle efecto, mas acelerado, delirando del terror, mas y mas, pero las imágenes no se postraban, un experimento raro el tratar de ver a traves de los ojos de un gato.

Las horas pasaban y entre idas y venidas de aquí para alla, calibrando los electros, tomando café hablando de nada, que a ninguno le importé, Pedro estaba seguro de haber puesto el artefacto en el lugar correcto y Melisa estaba segura de haber diseñado y fabricado el artefacto correctamente, pero no habiar forma de lograr interpretar la basura que se veia en el monitor, no había caso.
Melisa va por mas café molido escaleras arriba en la cocina, pensando por qué no había resultados, que podía estar mal, por qué no se podía ver nada coherente en la pantalla, por qué sí había  usado un sistema óptico tan menos complicado como el de un gato no podia ver nada claro, que diferencia tan grande podía tener un gato con un humano, -" por qué coño no puedo entender ese pinche gato"-,
Melisa se paraliza en frente al gabinete de la cocina, inmovil sin pestañar entiende el problema, ya tenía la respuesta, sabía el porque, ahora tenía que idear el como hacerlo, inmovil, respirando y parpadeando pasan los minutos, Pedro, aburrido de no tener resultados y de estar siempre en el mismo punto del experimento sube a buscar a su amiga y a darse por vencido cuando subiendo la escalera piensa en el conector tan rudimentario que tenia el dispositivo, le recordaba un poquito al conector de la impresora que tenía su padre en la oficina, de niño a el le gustaba esconderse bajo el escritor de su padre y jugar allí, entre cables, enchufes, la parte trasera del computador de su padre tenía tantos cables y enchufes que a él le parecían facinantes, como las tripas de una persona decía. Pedro deja caer la tasa de café que subía para lavar e irse, corre a buscar a su amiga.

Corre, tropieza con todo, pasa por la sala y se golpea una pierna con una mesita, llega a la cocina y ve a su amiga parada frente a la alacena con los brazos colgando como un zombi, se para al lado de ella y le dice emocionado -"marica, io". Ella voltea la cabeza hacia él y con un rostro sin expresiones le da a entender lo genial de su idiotez.

Ambos sin dar pucha palabra se entienden perfectamente, Pedro toma la mano de Melisa y ambos salen corriendo escaleras abajo gritando de alegría, solo el podía leer su silencio.